«Sensorium» – de Fernanda Juárez

 «Sensorium» – de Fernanda Juárez

Alessandro Secci en el Centro Cultural Casino – Antropología de un espacio cultural contemporáneo.

El artista italiano Alessandro Secci presenta una obra conceptual que indaga en uno de los aspectos de la memoria: aquel que se refiere al vínculo entre el paso del tiempo y los espacios físicos. A través de una serie de artefactos móviles fabricados con objetos encontrados en el lugar e impresiones en yeso, el artista propone capturar esa impronta única e indescifrable que deja la humanidad en su paso por el mundo. ¿Qué sería eso indecible que la materia es capaz de retener y expresar por medio de sutiles marcas y nuevas agrupaciones, en el Centro Cultural Casino? Las obras de Secci se inscriben en el plano de la indagación sobre lo sensible, la auscultación de las fuerzas potenciales que anidan en el interior de todas las cosas y lo que sucede con ellas en el devenir del tiempo. Esas barras móviles que ideó el artista, construidas con fragmentos arquitectónicos–cuyo proceso de realización es tan determinante como el resultado mismo- podrían absorber un tipo de energía que viene del pasado y nos llega hasta el presente en forma de reminiscencia o memoria. ¿Persistirá algo del gesto conmovido de los espectadores frente a la pantalla del viejo cine? ¿Quedarán rastros de esos suaves temblores que impregnaron el aire con la música de orquesta? ¿Sobrevivirá alguna partícula resplandeciente de las tantas que iluminaron, por décadas, ese colosal escenario? y, más aún, ¿subsistirá –como un eco lejano- alguna reverberación de las fatídicas detonaciones provocadas por la voladura de la Fábrica Militar de Río Tercero, que en 1995 demolieron parte de ese espacio?

Una nueva gramática espacial

La antropología del espacio es la disciplina que estudia las diversas formas en que los grupos humanos comprendemos y nos apropiamos del espacio que nos circunda. Si bien no existe un órgano sensorial exclusivo que rija las leyes de la percepción del espacio, la representación del mismo -a nivel interno- requiere de complejas operaciones cognitivas y afectivas que, una vez activadas, nos permiten elaborar una suerte de “mapa interior”. Al mismo tiempo, sabemos que a través de nuestras acciones cotidianas modificamos los lugares que habitamos y, en consecuencia, dejamos –a cada paso- un rastro indestructible cargado de simbolismo. A partir de esta doble conexión entre el “afuera” y el “adentro”, es posible inferir que el espacio tiene un significado alegórico que se nutre de la experiencia vital y la cultura.

En un ejercicio emparentado con las prácticas antropológicas –quizás, arqueológicas- Secci trabaja, con un sentido artístico, sobre el “alma” del viejo teatro. Como un sismógrafo o chamán, capta movimientos imperceptibles del terreno y, en un registro que va más allá de lo puramente visible, se dispone a atrapar algo de ese “sentir” que subyace en la quietud de la sala. En esa cavidad inmensa, el artista encuentra el leitmotiv de su proyecto: atraer una serie de vibraciones, estelas de colores y señales inscriptas en capas profundas de nuestra existencia colectiva. Esos indicios que dan cuenta de presencias anteriores –y que en algún sentido encarnan figuras clásicas de la literatura y el teatro como el “fantasma” o el “duende”- aparecen, en este caso, de una manera novedosa capturados en la solidez del yeso o en la reunión arbitraria de objetos: vetas, alusiones e incluso vestigios de gestualidades que -en una alquimia escultórica- quedarán cautivos en esos inquietantes segmentos de material acumulado.

L’indefinito confine del devenire

En la oscuridad de la sala y con una iluminación puntual, la obra de Secci también evoca una escena de peritaje: el acopio de objetos perdidos, la demarcación de un perímetro y la búsqueda de pruebas materiales –que es también la búsqueda de una explicación- en medio del desorden provocado por un acto de destrucción masiva. Cada una de esas piezas se presenta como parte de una investigación, un intento por conjurar la dispersión y, a la vez, un testimonio de aquello que se encuentra oculto en las profundidades e irrumpe en el presente creando un orden distinto -una nueva narrativa espacial- capaz de trastocar los sentidos atribuidos a ese acontecimiento traumático del pasado. “La frontera indefinida del devenir” reza una de las inscripciones caladas en la lámpara que alumbra sugestivamente una de las obras de Secci. Esos objetos reconocibles –o partes de esos objetos-, como el rollo de cinta de una vieja película, las aspas corroídas de un ventilador o fragmentos de escenografía y aparatos lumínicos que se utilizaron en la edad dorada de esta sala, también pueden ser vistos –a partir de una impactante simbiosis compositiva- como los remanentes de material bélico en desuso.

Trascendencia

Además de esas vigas en las que el artista capturó una suerte de “esencia” del lugar y que, estratégicamente, montó sobre dispositivos móviles que permiten su desplazamiento en la escena, también ideó otras formas de intervención del espacio: la pintura abstracta. En este caso, Secci se sirve del concepto de “declinación” -es decir, la posibilidad de enunciar las distintas formas en las que se manifiesta una misma idea- para crear una obra que se encuentra completamente integrada en uno de los muros donde antes trabajó el artista Rubén Ramonda, curador de la muestra.

¿Qué tipo de espectador presupone el trabajo de Secci? Ciertamente, un sujeto que cree en la obra de arte como una posibilidad de trascendencia, capaz de conectarnos con algo que está más allá de lo meramente visible. Encontramos aquí algo del orden de la ritualidad. Suenan las palabras del filósofo alemán, Walter Benjamin, en su famoso ensayo La obra de arte en la era de la reproductibilidad técnica, cuando se refería al “aura” de una obra de arte como “la manifestación irrepetible de una lejanía”. Una clave en esas reflexiones es la idea de “ritual”, la cual nos lleva directamente al terreno de las tradiciones: la práctica artística tendría su origen en ciertos ritos, primero mágicos, luego religiosos, finalmente secularizados. Y así como –al decir de Atahualpa Yupanqui- una guitarra antes fue árbol y puede transmitir, en la sensibilidad de un intérprete, el sonido de las aves que alguna vez se posaron en sus ramas; o así como la luz que emite una estrella debe viajar millones de años para habilitar en el presente una percepción resplandeciente de esa eternidad, la muestra de Alessandro Secci busca conectar al espectador con los rastros áureos de un espacio que –antes de ser destruido- fue un centro cultural destinado a la elevación del espíritu, a la liberación de las fantasías, y en el que imaginamos tuvo lugar un tipo de experiencia de lo sagrado, es decir, de aquello misterioso que surge del verdadero encuentro entre los miembros de una comunidad. 

Fernanda Juárez

Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea (UNC) Docente de la UNC y en la Universidad Provincial de Córdoba. En 2018 publicó «Al rescate de lo bello» (Caballo negro editora) una compilación de textos del escritor y periodista Jorge Barón Biza, con quien colaboró en trabajos de crítica de arte. Participó de diversas publicaciones universitarias como Hoy la Un iversidad, Revista Alfilo, Interferencia, entre otros. Colabora con sus textos de curaduría y crítica de arte en El Árbol Cultura.

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