Memorial Malvinas – una experiencia sonora

 Memorial Malvinas – una experiencia sonora

Pisar el suelo de Malvinas, oler la humedad de la tierra y sentir el viento que no solo atraviesa sino que eriza la piel. Es imposible no transportarse y hay que reconocer que una vez más el arte logra crear y recrear, ponernos en situación y logra el clima exacto en el que todos nos sentimos un poco más cerca de aquel que vivió la experiencia real.

El artista José Luis Dastugue, cuya lucidez y sensibilidad le permiten llevar el arte conceptual al nivel más alto, logra en nuestra ciudad realizar una instalación montando simbólicamente en la sala del Museo Regional Florentino Ameghino, una porción del suelo de las Islas Malvinas, 40 años después. Introduce aquí el sonido, que remite al tiempo y da al público visitante la posibilidad para quedarse tanto como la atención al sonido lo permita. Este factor temporal también da a la audiencia la excusa para explorar el espacio exhaustivamente, debido a los talantes de los diferentes sonidos en el espacio.

La experiencia sensible, sonora y sanadora, hace de esta instalación un concepto necesario, contextualizado con el texto de la escritora Fernanda Juarez que introduce a la muestra de esta manera:

¿Puede un ciudadano argentino, en un acto de ensoñación y soberanía, pisar el suelo de Malvinas? Esa porción de tierra -tan prohibida como deseada- se vuelve un espacio accesible –real- en una de las salas de la Casa de la Cultura de Río Tercero. La inmersión en el lugar supone un recorrido por el paisaje agreste del sur argentino en el que resaltan los pastizales duros, la turba malvinera  y el viento persistente. Desde algún punto lejano llega el mensaje en código morse: “Si los argentinos no van a las islas, entonces las islas vendrán a los argentinos”. Se invierte, así, el sentido original del viaje a Malvinas. Aquella travesía ensayada una y mil veces por aire y por mar, se concreta, finalmente, a través de las artes del espejismo: es decir, un tipo de ilusión que permite percibir objetos alejados en forma de imágenes estables o temblorosas.

Fernanda Juarez – «El paisaje de las islas»

La instalación quedó inaugurada a las 19hs de este viernes 27 de Mayo en la Casa de la Cultura ante la presencia de veteranos de Malvinas, familiares, funcionarios y público en general. A partir de ahora la apuesta es que todos puedan visitarla y formará parte de un contexto en el que también los estudiantes de la ciudad podrán acercarse a la experiencia. De hecho, y a partir de una idea de la licenciada Miriam Gianoglio, se elaboró un material didáctico compuesto de fichas técnicas que recibirán las escuelas para profundizar y trabajar la temática en las aulas.

La complementariedad cultural y educativa permitirá de esta manera un mayor alcance de esta experiencia sensorial vista por primera vez en nuestra ciudad.

Pisar la tierra, sentir el viento, ver la bandera argentina flameando y escuchar el sonido del mar y los pájaros. En un espejo un tanto opaco, el cielo gris refleja la memoria y el absurdo de lo ocurrido en aquellas islas. Es fuerte, intenso, es necesario atravesarlo. «La experiencia artística como un tipo de encuentro con lo desconocido o un pasaje hacia otro estadio. Como el albatros errante cuando, en pleno vuelo espiritual, divisa un territorio para anidar y en ese mismo acto -de percepción y deseo- lo vuelve un espacio íntimo y familiar» . Fernanda Juarez – «El paisaje de las islas»)

Para visitar la instalación se deberá coordinar día y horario llamando al 422150 o escribiendo al correo culturario3@gmail.com

A continuación les compartimos el texto completo de la Lic. Fernanda Juarez.

MEMORIAL MALVINAS – 40 AÑOS

El paisaje de las islas

¿Puede un ciudadano argentino, en un acto de ensoñación y soberanía, pisar el suelo de Malvinas? Esa porción de tierra -tan prohibida como deseada- se vuelve un espacio accesible –real- en una de las salas de la Casa de la Cultura de Río Tercero. La inmersión en el lugar supone un recorrido por el paisaje agreste del sur argentino en el que resaltan los pastizales duros, la turba malvinera  y el viento persistente. Desde algún punto lejano llega el mensaje en código morse: “Si los argentinos no van a las islas, entonces las islas vendrán a los argentinos”. Se invierte, así, el sentido original del viaje a Malvinas. Aquella travesía ensayada una y mil veces por aire y por mar, se concreta, finalmente, a través de las artes del espejismo: es decir, un tipo de ilusión que permite percibir objetos alejados en forma de imágenes estables o temblorosas.

¿Qué efectos provoca la experimentación con los elementos que componen el paisaje malvinense? Por un lado, se establece una continuidad sensorial –y a la vez un extrañamiento- respecto de aquello que ya conocemos de la geografía austral. ¿Serán las mismas aguas las que bañan esas costas insulares? ¿Qué habrá en el alimento sagrado que transportan las aves en su travesía boomerang, desde las islas al continente y viceversa?  ¿Es el mismo aire embravecido el que sopla en aquellos archipiélagos de nombres cambiados? ¿Serán idénticos los diseños estelares en una y otra coordenada? Por otro lado, se ponen a prueba las propiedades de la alquimia patriótica a partir de una operación secreta: extraer un terrón de las islas y mezclarlo con el humus de la llanura pampeana. Sobre ese suelo fértil y mixturado, nace –en probeta- la experiencia Malvinas.

El viaje imaginario habilita un acercamiento a aquello que nos nubla y estremece –como todo recuerdo de guerra y usurpación imperial- cuando pronunciamos el nombre de las islas ¿Qué habrá dentro de esos dos puntitos –nuez y pulmón- que flotan a una distancia perfecta, ni tan lejos ni tan cerca, del continente? De aspecto gemelar, espalda con espalda y en perpetuo estado embrional, las Malvinas resisten-en un balanceo imperceptible- en el mismo lugar. Aun cuando la historia se empeñe en que esas tierras arrebatadas aparezcan y desaparezcan del radar. Atónitos ante los resultados ambiguos que arroja la ecografía del mar -y en un ejercicio plástico rayano con la consulta oracular-, los argentinos nos enfrentamos al mapa como a un test de personalidad: esas formaciones misteriosas, simétricas y proyectivas en el Atlántico Sur nos devuelven una pregunta incontestable sobre la geografía nacional. Nunca sabremos a ciencia cierta cómo es que una mariposa plebeya y anfibia decidió congelar sus alas –Gran Malvina y Soledad-  en posición caprichosa (casi sobrenatural) entre el continente americano y el círculo polar.

La instalación sugiere una experiencia de recogimiento y evocación. El visitante es teletransportado a los confines del mundo en un acto solitario y reflexivo, frente aquello que se presenta inexplicable. Como la inmensidad del territorio austral, con sus planicies, hielos y marismas. Quizás, el viento inclemente –el mismo que nos avisa que algún día nos iremos de este mundo- transmute la figura del hombre que está solo y espera en algo completamente nuevo. La experiencia artística como un tipo de encuentro con lo desconocido o un pasaje hacia otro estadio. Como el albatros errante cuando, en pleno vuelo espiritual, divisa un territorio para anidar y en ese mismo acto -de percepción y deseo- lo vuelve un espacio íntimo y familiar.

Fernanda Juárez

EL ÁRBOL CULTURA – «AMAMOS LO QUE HACEMOS, TRAZANDO PUENTES»

EL ARBOL CULTURA

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