«Los espacios narrativos de la violencia»

 «Los espacios narrativos de la violencia»

Por María Paulinelli *

Hace apenas tres meses anunciábamos en una nota la presentación del libro «La violencia nació conmigo. Crónicas de vidas en conflicto» del escritor y periodista Alexis Oliva editado por Recoveco ediciones. Mencionábamos a Oliva como referente cordobés del género crónica y quedábamos rendidos ante su manera de contar y ante la sentencia de un título que lograba poner en tensión lo aprendido. Ciertamente y conociendo al autor, quienes narramos desde este árbol e intentamos cada día aportar a la cultura desde una mirada diferente, profunda y reflexiva, sabíamos que tal sentencia no podía ser verdad, sin embargo cada uno de los capítulos que componen el libro nos adentraba en esa sensación desde la que el autor seguramente escribió.

Pero el texto de Oliva tuvo ecos en personalidades de la literatura, la política y la cultura tan importantes que hoy contamos orgullosos con una nueva lectura de La violencia nació conmigo…» Esta vez quien desanda el texto es otra referente cordobesa, sobre todo para quienes transitamos los espacios de la Escuela de Ciencias de la Información, hoy Facultad de Ciencias de la Comunicación y tuvimos la oportunidad de cursar sus materias y escucharla en cada clase con profunda admiración. La ex profesora María Paulinelli tomó el libro entre sus manos y hoy tenemos el placer de publicar esta reseña que el mismo Oliva tan generosamente nos acerca.

Portada del libro La violencia nació conmigo de Alexis Oliva

«Los espacios narrativos de la violencia» Por María Paulinelli*

Leo. Los relatos me inhiben. Me interpelan. Me provocan. Necesito buscar las palabras que completen esa acción de leer que realicé desaforadamente, sin pausa, sin límites. Y allá van. En el desorden que confiere la espontaneidad de la cercanía. En la impetuosidad que aún me sobrecoge. Estas son mis palabras.

1. Escribo violencia… y digo.                                                                                             

No somos los dueños de este espacio, de este tiempo… pero tampoco somos los dueños de los otros… En esa irresolución de identificación / aprovechamiento / destrucción de la naturaleza; en esa conflictividad permanente de poder / dominación; en ese desdibujamiento de los límites, de las normas para vivir en sociedad: en ese desconocimiento de la autonomía de los cuerpos para decidir y entonces, ser…  se agazapan los aceitados resortes que conducen lenta, inexorablemente a la violencia. Y a su vez, recorren indeterminada, indefinidamente los pactos, las victorias, las derrotas, los ocultamientos de la Historia de la Humanidad.  

Y entonces, nuevamente, como en un círculo embrujado, enamorado de sí y de sus orígenes, se reciclan una y otra vez, las variadas utopías que buscaban y buscan acabar con la violencia, las disímiles y fortuitas experiencias que auguraban –instaurando– un poder consensuado, hecho de todos y de todas, un poder no violento.  Todo ello a partir de una racionalidad que conjuga en el Estado y el Derecho, en la sistematización de la ciencia y de la técnica, en la sustentación  de la libertad de los cuerpos para la elección de su existencia, en la aceptación de las diferencias como garantía ineludible de la vida… todo ello en la posibilidad de hacer este mundo con su tiempo, más humano y más vivible.                                                                                                                                  

Y hubo un tiempo… hubieron tiempos en que la posibilidad de transformar el mundo, el sueño eterno de hacer la revolución con y para todos y todas, justificó la violencia como un medio… Entre tanto dolor y tanta muerte, se colaba la esperanza de lo nuevo, la igualdad de oportunidades,  la construcción de una sociedad diferente,  más justa, más necesaria de felicidad.                                                                                                                                 

Hoy, ese tiempo, esos tiempos se han perdido en el pasado. Las utopías desandaron su presencia. La esterilidad de los cambios ratifica dominadores / dominados, incluidos / excluidos. Las palabras se ahuecan en significados vacíos que reiteran y se  repiten, ingrávidas y obscenas.                                 

Deambulamos casi ciegos, buscando explicaciones a tanto dolor,  tanta desigualdad, tanta tristeza. Deambulamos buscando… Y entonces, es posible  encontrar espacios, diminutos, pequeños pero grandiosos, enormes en su capacidad de esperanza, de erradicar la violencia, de hacernos mejores.

El texto de Alexis Oliva es uno de esos espacios. Propone relatos. Sugiere caminos. Referencia. Informa. Documenta. Explica. Enseña. Comparte. Transmite… más aún, lo hace nuestro. Sentimos, entonces, cómo es la violencia. La reconocemos en sus múltiples espacios. La visualizamos en sus variados aspectos y… aprendemos a erradicarla por ajena, inhumana. Ese es el sentido del texto. Representarla para que dicha, mostrada, expresada, provoque rechazo, la hagamos impropia, inadecuada, desacertada. Nunca más, nuestra.

2. El texto se dibuja en simétricos espacios que hacen de resonancia de los distintos espacios de la violencia. No de las diferentes formas, porque son todas inhumanas. Cuatro fragmentos, ordenan  los veinte relatos. Lesa, Tumba, Cuerpes, Banderas. Cada fragmento con cinco relatos. Cada uno, inconmovible en la historia que bordea la Historia.

Me pregunto: ¿Sería una forma de conjurar el desorden que provoca la violencia, esa simetría imperturbable que remite a un orden desaparecido de armonía? Lesa, en la violencia de la Historia. Utopías desgarradas. Tumba. La muerte civil en los reductos sociales. Aislamiento y castigo. Cuerpes, en la imposibilidad de libertad de los cuerpos que se ignoran, se desprecian, se negocian. Banderas, en las resistencias de las vidas imposibles de ser reconocidas en la sociedad organizada. Y… en todos ellos, los relatos… cronicando, haciendo un tiempo… relatando.

3. Un texto migrante. Texto de textos con su propia existencia. La fragilidad desechada de la publicación periódica y la elección del formato más duradero del libro. Una compilación de textos que se hace otro texto. La totalización de una experiencia que habla de un tiempo… el tiempo de Alexis. Tiempo de recorridos, de conocer los espacios, de entregar sus miradas, su racionalidad, emociones. Hoy, hecho un solo tiempo. El del texto que es uno.

4. Un texto totalizador en la unión, la mixtura de mensajes diversos. Por eso, la contemporaneidad innegable que lo define y precisa. Periodismo totalizador en su síntesis de información, investigación, opinión… en los límites del ensayo en sus variadas formas… en las cercanías de la literatura en la creatividad de la palabra.

5. Textos revulsivos en la experimentación de la crónica como nuevo espacio escriturario, inclasificable. Espacio de la virtualidad inclaudicable de la creatividad, de lo nuevo, lo distinto… para ser así, más permeable a la recepción de una lectura movilizadora, diferente.

6. Presencia insoslayable, imprescindible del periodista, convertido en las variadas posibilidades que solo da el compromiso, la militancia, la adhesión a los principios que se tiene.

7. Solo entonces, al final de mis palabras, te digo, Alexis, que la violencia existió desde siempre. Que no nació con alguien como enunció un protagonista de la Historia. Que forma parte de nosotros… y que tu texto nos ayudará a erradicarla, a que se diluya en los días que vivimos. Entonces, quizás haya una Nación que compartamos, que integremos, que logremos.

*María Paulinelli es Investigadora de la literatura, los movimientos estéticos y el campo de la cultura. Fue docente y directora en la hoy Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC, de la que es su primera profesora emérita

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