«El maravilloso mundo de Elsa Ginés»

 «El maravilloso mundo de Elsa Ginés»

El arte de Elsa Ginés tiene como punto de origen el deseo materno. Es decir, sus obras han sido concebidas a partir de la metáfora más poderosa, jamás igualada, acerca de la creación. De esa semilla brota un mundo inabarcable, fascinante y en constante expansión que Elsa Ginés ideó para un destinatario único: su hijo. Son tres movimientos: el primero, crear las imágenes para cuando ese niño –que, sabemos, representa a la niñez en su conjunto- abra los ojos; el segundo, registrar el mundo con los ojos de alguien que ve por primera vez –la especialidad, diríamos, de Elsa Ginés– y, finalmente, el último paso, construir los escenarios más asombrosos para presentar al niño en sociedad: familia, escuela, ciudad, universo. En síntesis, Elsa Ginés compuso en imágenes todo aquello que un niño necesita saber para poder crecer y desarrollarse. En su proyecto, los espacios están completamente integrados: no hay límites entre naturaleza y cultura, entre su casa y la calle, entre arriba y abajo, la escuela y la plaza, el campo y la ciudad, entre la realidad y la fantasía. Es una artista con un don innato: siempre supo que la vida y el arte son la misma cosa y, por eso, para que aparecieran sus obras sólo tuvo que escuchar lo que le dictaba esa voz –el trino de un pajarito de cristal- que suena mágico dentro suyo.

Elsa comentando su obra al público presente entre los que se encuentran Fernanda Juarez autora del Texto de sala.

¿En qué tradiciones podemos inscribir la obra de Elsa Ginés? En primer lugar, aparece la influencia de Enrique Gandolfo –con quien la artista cultivó una amistad- y con quien encontramos algún parentesco en el tratamiento del color y cierta ausencia de profundidad visual; aunque también cabe mencionar, en estas geografías, la pintura naïf de María Gandolfo– artista autodidacta y hermana mayor del reconocido pintor. Si abrimos el panorama, algunos rasgos del trabajo de Elsa Ginés nos conducen hasta los pintores ingenuos de larga tradición en nuestro país. Como señala Manuel Mujica Láinez en su Pequeño Diccionario de la Pintura Ingenua (1966), se trata de “una pintura encantada” y que “participa del clima incorruptible de lo maravilloso” en la que cada uno de los artistas se convierte en “un poeta narrador, un orador de escenarios y personajes mágicos”. Por otras vías, la búsqueda podría llevarnos hasta las memorias americanas del jesuita Florian Paucke que fueron ilustradas, a mediados del siglo XVIII, con unas acuarelas increíbles sobre la vida en las misiones y que constituyen un clásico de la iconografía argentina. O hasta la pintura de Cándido López, el “pintor soldado” de la Guerra del Paraguay, maestro en la recreación de escenas colectivas y propenso a los horizontes altos en el plano. Más cerca en el tiempo, tal vez podríamos encontrar coincidencias con las obras de Xul Solar, tanto por el contenido narrativo como por la creación de mundos imaginarios que parecen no tener fin. A diferencia de los pintores ingenuos, Elsa Ginés es una artista formada académicamente. Obtuvo un postítulo en Artes Plásticas y Visuales en la Universidad Nacional de Córdoba, además de especializarse en educación artística y en literatura. Cuando alguien la interroga al respecto ella ofrece una respuesta irrevocable: “Me gusta pintar casitas”.

Un collage infinito

Incluir el hueso de una pata de pollo en uno de sus cuadros es apenas un botón de muestra de lo que Elsa Ginés es capaz. No hay moda a seguir, no hay reglas sobre la perspectiva, no hay principios estéticos ni físicos que expliquen el milagro. ¿Qué hay, entonces, en esas obras subyugantes de una artista que logró hacer un arte inconfundible a punto tal que cuando vemos una de sus pinturas no dudamos que le pertenece a ella? Elsa Ginés trabajó con todos los materiales que tuvo a su alcance. Un collage infinito con estampitas, maicena, piedras, juguetes, cáscara de cebolla, puntillas, carozos de aceituna, plasticola, granos de maíz, lentejuelas, panfletos políticos, recortes de diario, mostacillas, figuritas, chapitas de gaseosa, botones, pepitas de uva, curitas, piezas de rompecabezas, fotografías viejas.

Ella hizo su pintura como si fuera un gran libro de la vida, en la que están registrados todos los momentos, todos los vecinos, todas las calles, todos los edificios, todas las plantas, todos los animales. Mucho antes de la aparición de los dispositivos digitales y de los drones, Elsita ya había creado un gran atlas de Río Tercero, con el que cualquier ciudadano puede ubicarse–bajo coordenadas exactas de tiempo y espacio- en su propia ciudad. Con una capacidad inaudita para captar detalles –y una antena puesta en la psicología de los personajes-, la artista fue registrando las distintas transformaciones que se fueron sucediendo en materia arquitectónica, de organización familiar, de creencias, tipos de vestimenta y formas de consumo entre la población. Y como es una artista de la desmesura y la imaginación perpetua, la incansable Elsita nunca dejó de pintar la sociedad: todos los días, la artista actualiza sus vistas. “Nunca tengo basta”, ratifica.

La obra de Elsa Ginés podría engañar a un espectador desprevenido. Detrás de ese mundo lúdico rebosante de colores, brillos y aparente fantasía, se revela implacable la realidad. Sus obras constituyen un archivo formidable de la vida en la ciudad donde aparecen narrados los principales sucesos históricos, desde mediados del siglo pasado hasta el presente. Quizás por ello, los únicos cuadros en blanco y negro sean los que se refieren a las explosiones ocurridas por la voladura de la Fábrica Militar en noviembre de 1995. Nada más presente que una ausencia, podría decirse también en materia de colores. Elsita es mucho más que una artista visual: Elsita performer con su bicicleta llena de libros, Elsita maestra con su guardapolvo azul, Elsita en su librería, Elsita poeta, Elsita madre de todos los niños, Elsita activista y defensora de la naturaleza. Y es que tal vez de lo único que estemos seguros los riotercerences es que toda ciudad que sueñe con una larga vida merece tener una “Elsa Ginés”.

Fernanda Juárez

Río Tercero, 29 de marzo de 2023.

Fernanda Juarez es Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea (UNC) Docente de la UNC y en la Universidad Provincial de Córdoba. En 2018 publicó «Al rescate de lo bello» (Caballo negro editora) una compilación de textos del escritor y periodista Jorge Barón Biza, con quien colaboró en trabajos de crítica de arte. Participó de diversas publicaciones universitarias como Hoy la Universidad, Revista Alfilo, Interferencia, entre otros. Colabora con sus textos de curaduría y crítica de arte en El Árbol Cultura.

EL ÁRBOL CULTURA – «AMAMOS LO QUE HACEMOS, TRAZANDO PUENTES»

EL ARBOL CULTURA

Post Relacionados