«Desigualdades múltiples, tristes pasiones» *

 «Desigualdades múltiples, tristes pasiones» *

*Por Sergio Colautti

A partir de la lectura del último libro de François Dubet, «La época de las pasiones tristes» publicado en 2020, se realiza esta Entrevista imaginaria al sociólogo francés en la que se analiza la cultura, la sociedad, las redes, el futuro.  Las preguntas pensadas y escritas en este caso por el profesor y periodista literario Sergio Colautti, se responden con fragmentos textuales del libro del francés.

Es menester aclarar y situar la mirada sobre la precisión y detalle de las preguntas que solo puede formular alguien con el trayecto que Colautti tiene en el trabajo con la literatura, el reconocimiento de la obra, el desglose del pensamiento, brindando la posibilidad de acercar el exquisito material a todas las audiencias, ofreciendo una ductilidad especial al momento de entregarlo a los demás.

Un material inédito que tenemos el placer de compartirles desde El Árbol Cultura para el disfrute de todos nuestros lectores.

François Dubet

«Desigualdades múltiples, tristes pasiones»

¿Se puede hablar del fin de la sociedad de clases en el inicio del siglo? ¿Qué condiciones y paradigmas se han trasformado tanto como para postular esa noción?

Hay varias cuestiones que evidencian el fin de la sociedad de clases, esa que mostraba reclamos y percepciones comunes de una clase en disputa contra otra. En este tiempo, nos sentimos legítimamente escandalizados por la fortuna de Gates o Arnault, por ejemplo, pero esas desigualdades parecen abstractas y nos irritan menos que nuestros colegas mejor pagos por igual trabajo. Ahí empiezan a aparecer desigualdades al interior de la misma clase. 

El desplazamiento de los explotados (que se sentían de una clase en conflicto contra otra) a los desempleados o precarizados: los más pobres, hoy, en Europa, son “sin clase”; no son tanto explotados como relegados, descartados. 

El otro tema que modifica esta situación es el de la representación. Los sindicatos representan a sectores de trabajadores cada vez más reducidos (formales, públicos, sindicalizados). Los movimientos sociales (mujeres, jóvenes, ecologistas, antirracistas, antiespecistas y otros) ocupan el espacio público de debate, pero no representados por organizaciones o instituciones. No son movimientos de clase. El voto tampoco expresa una “conciencia de clase”. 

Usted formula su teoría sobre las “pasiones tristes” que la sociedad (o las sociedades) parecen perseguir afirmándose en la aparición de las desigualdades múltiples. ¿En qué consisten? ¿Cómo debemos diferenciarlas de la desigualdad en sentido general, que es como habitualmente la pensamos?

Las debemos repensar observando la realidad social. Desde cierto simplismo, la denominación de clase obrera devino en clase popular, es decir, todo lo que no es clase alta. La llamada clase desfavorecida es en realidad todo lo que queda cuando descartamos a las élites, a los ricos. Sin embargo, las desigualdades al interior de cada segmento se multiplican: dónde viven, cómo viven, cómo y dónde trabajan, si son migrantes, residentes o en movimiento, si acceden a la cultura, a qué escuela, a qué servicio de salud… esas cuestiones, que son pequeñas diferenciaciones, marcan el paso, muy cruel, de las desigualdades de clase a las desigualdades múltiples: lo que se compartía como injusticia o dolor colectivo pasa a ser sufrimiento individual, solitario. 

Esas desigualdades, según su perspectiva, también se proyectan en la percepción que los ciudadanos tienen de su propia realidad en comparación con otros países…

Es interesante cotejar la percepción de las desigualdades entre países, porque incide en la percepción hacia adentro de cada país. Por ejemplo: en EE UU (el país más desigualitario de los desarrollados) creen que están mejor que Suecia o Noruega (que son los países desarrollados más igualitarios). Los franceses creen que las desigualdades son intolerables, aunque la francesa no es una sociedad tan igualitaria. Otra faceta para analizar es que en los países donde se estima más la meritocracia, se toleran ciertas desigualdades. Otra percepción curiosa, en este sentido, es que los pobres piensan que los ricos no son tan ricos y los ricos creen que los pobres no son tan pobres. Además, el 60% de los franceses, por ejemplo, se considera de clase media. Esta percepción dificulta el trabajo conjunto para eliminar desigualdades.  

Estos señalamientos que usted hace a la percepción y al comportamiento social frente a las desigualdades múltiples se pueden visualizar en el sentimiento de discriminación, que su análisis ha focalizado como clave social de estos tiempos… 

Cuando crece el principio de igualdad, en la evolución de la sociedad y sus derechos para todos, crece el sentimiento de discriminación. Aquellas discriminaciones que se percibían como sociales son ahora vistas como naturales. Lo que se veía como desigualdad en el régimen de clases se ve como discriminación en el de desigualdades múltiples, porque la desigualdad es vivida como social y la discriminación como una herida personal.

François Dubet

Un aspecto que merece su análisis en el libro es el de la naturaleza y el perfil de las redes sociales ¿Estamos ante una reformulación del lenguaje o ante la posibilidad del fin de un lenguaje comunicativo como lo entendíamos hasta acá? 

El discriminado se ve como despreciado, entiende que no es visto como lo que verdaderamente es. En las redes sociales se puede despreciar y ser despreciado, por turnos. Empleados públicos, docentes, policías, pueden despreciar y ser despreciados en el mismo día. Esto tiene su origen en las desigualdades múltiples y sus percepciones. El desprecio mide la injusticia social. 

La violencia del desprecio, cuando el despreciado se siente solo, se asocia a la vergüenza. Desprecian a quienes los desprecian: hipertrofian su orgullo, su fuerza, su honor. 

Las desigualdades múltiples conviven con Internet, ahí encuentran su lenguaje porque es la presentación de uno mismo en el espacio público. Podría entenderse como avance democrático, como reducción de distancia entre los que hablan y los que callan, como sitio donde no hay prohibidos ni desautorizados, como espacio que promueve movimientos sociales, sitios de reclamo, pero como cada uno expresa su posición, cada uno es militante de su propia causa. No necesita asociación para acceder al espacio público. Entonces las pasiones tristes invaden esta expresión directa, sin mediación ni filtro. Cualquiera puede dejarse llevar por la ira, la denuncia, los rumores, las teorías conspirativas. Ira y resentimiento, hasta aquí encerrados en el espacio íntimo, acceden mediante este lenguaje nuevo a la esfera pública. 

¿Cómo se construye la figura del otro en esta instancia? 

El régimen anterior, el de las desigualdades de clase, construyó la figura del adversario. Burgués, capitalista, patrón, contra los que se encauzaba la ira, que se transformaba en conflicto. Las luchas y movilizaciones dinamizaban la vida política y social, pero contenían la tensión, sin llegar al abismo de una guerra civil: no se exigía aniquilación del otro y se suponía que un acuerdo era posible. El conflicto como antítesis del motín evita las persecuciones tipo “pogroms”. 

La globalización afianzó la idea de que la dominación está fuera de nuestro alcance, pero aparecen en escena dos aspectos visibles: el desprecio contra toda dominación y la paranoia, que ve dominación por todos lados y quiere violentarla. 

El problema es que Internet multiplica los testimonios paranoicos: la infelicidad procede de una conspiración oculta, poderosa, que tiene signos a descifrar. Los males, dice el estilo paranoico, se inscriben en alguna historia milenaria: los judíos, las iglesias, Europa, las logias, los derechos humanos, la decadencia moral o cultural, el gran Satán, etc.

No es una patología personal: basta con ver cómo las usa el poder o el marketing electoral. 

¿Qué posibilidades tiene el sistema político, educativo y cultural de proponer una sociedad más igualitaria, más democrática y justa a partir de la comprensión de estas “desigualdades múltiples”? 

Debe recuperarse a la escuela como institución socializadora, alejarla del lugar que tiene hoy, sometida a la competencia de intereses: no debe promover la formación para el éxito sino para la virtud, necesitamos ciudadanos virtuosos, no exitosos. 

Mientras vamos a la sociedad de desigualdades múltiples, el imaginario colectivo de las víctimas de las desigualdades sigue siendo el de “la sociedad perdida”, el de la sociedad industrial, la nación homogénea y el estado soberano, que ya se han diluido como tales. 

Es importante entender, desde el punto de vista de la política social y cultural, que la indignación es una emoción positiva, porque mueve reclamos, señala injusticias, protesta: se indignan los solidarios, nunca los indiferentes. Pero debemos preguntarnos cómo se traslada a la acción. Si es una ira sin objetivo, si aparece solo la convicción, se rinde cuentas a sí mismo. Con la ética de la responsabilidad se actúa en el mundo tal como es, esa es la acción política. Es imprescindible que la indignación genere un programa político. Para eso hace falta prudencia, conciencia y competencia.

Sergio G. Colautti

El Árbol Cultura – «Amamos lo que hacemos, trazando puentes»

EL ARBOL CULTURA

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